Le miré de reojo para ver si sonreía. Quería verla de nuevo. Esa sonrisa que me encantaba. Esa sonrisa que me había enamorado tanto tiempo atrás, una tarde de verano. Esa sonrisa que me seguía en mis sueños y que no podía sacar de mi cabeza. Le seguí observando hasta que se dio cuenta de que le miraba. Entonces aparté rápidamente la vista. Sin poder ocultar ahora mi sonrisa. Después me giró la cabeza, agarrándome suavemente de la barbilla y me besó. Y sentí mariposas en el estómago. Como cada vez que él me besaba. Una sensación que hacía que se me erizansen los pelos de nuca y que lo hechase tanto de menos cuando no estaba conmigo. Esa misma sensación, la que hacía, que mi vida tuviese sentido.
PRR*
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